Al atardecer
sobrevolaban las palomas el campanario donde doña Sofía iba a rezar por tercera
vez ese domingo.
Al llegar a
la puerta del casi derruido lugar de culto, se detuvo a leer lo que ya llevaba
leyendo un día tras otro desde hacía cinco meses. Con su avanzada edad no veía
más que el nombre de su pequeño hijo, José ,enmarcado en papel de esquela , tan
rígido que ni el calor de un beso podía doblarlo, como ya comprobaron hace unos
meses un grupo de científicos en Suiza.
Una tibia
gota de amor de madre rezumaba de sus largas pestañas y caía por su delicado
cuello hasta llegar a sus caídos senos, todo recubierto por un negro vestido de
luto que años antes compró a un mercader que decía ser de una tierra yerma del
este. Entró en la Iglesia. Frente a la entrada se hallaba una pila con agua bendita ,de la cual cogió costumbre de refrescarse la frente cada mediodía.
José fue un muchacho
idílico salvo por un error fatal que le llevó a la muerte y, este error, no fue otro que enamorarse de
la mujer equivocada y descubrir que tenía ya un buen marido que la quisiera. El
amor que José sentía por Cecilia no duró mucho pues el pobre adolescente sufrió
un colapso nervioso desembocando en un ataque al corazón que lo fulminó en su
habitación. Según contaban, murió solo y con su gata mirándole fijamente.
Doña Sofía
encontró el cadáver de su hijo pocas horas después de su muerte; acto seguido,
se desmayó y no recobró conciencia de sí hasta ya pasada la media noche. Ya en
cama, recobrada la conciencia, no paraba de llamar a su marido y gritar el
nombre de su hijo a cada segundo.
Terminada la
jornada de rezos, Doña Sofía se quedó admirando una pequeña figura de madera
pintada y barnizada varias veces con gran maestría. Una repentina brisa le
golpeó la cara mientras admiraba el gran cúmulo de madera semiputrefacta,
caminó hacia la salida; de un instantáneo escalofrío sintió como su vida se
desvanecía bajo el gran portón de acero pintado de marrón que presidía la
escalofriante escena.
En ese
momento nació una bella mariposa que tímidamente voló hacia la tumba de su
amado hijo y se quedó abrazándola hasta la llegada del cuerpo de Sofía. Una
semana más tarde nacieron dos estrellas nuevas en el cielo que iluminaron el
firmamento con un portentoso calor.
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